Archive | November, 2013

Mi cerebro falloso

20 Nov

Uno no es consciente de su cuerpo si no le duele o le pica o le arde. Mejor dicho, si no le molesta.

Si hay algo de lo que siempre he sido muy consciente y es de que tengo cabeza porque siempre me ha dolido. Desde hace unos años todavía más, pero desde el colegio el dolor estaba ahí. Primero se iba con analgésicos en pastillas como acetaminofén, ibuprofeno y ácido acetilsalicílico y luego, desde que me fui a vivir a Bogotá y tuve un jefe muy violento que gritaba por todo y golpeaba el computador, los dolores de cabeza me empezaron a mandar a urgencias y ya las pastillitas no servían. Ya era la chuzada con diclofenaco, tramadol o no sé qué y siempre siempre tenía la presión arterial alta.

En una de esas idas a urgencias me dieron una remisión a neurólogo y cuando llamé a Compensar (la EPS que tenía en ese entonces) me dijeron que esa remisión la tenía que autorizar un médico general de ellos que me revisara, que lo que tenía que hacer era pedir una cita y esperar a ver qué decía ese médico. Eso hice y la mujer que me atendió decidió que no era necesario ir a un neurólogo, pero me mandó una resonancia magnética sencilla (sin contraste ni especificaciones). Cuando le llevé los resultados me dijo que todo estaba bien en mi cabeza y que mejor me resignara a que iba a tener migrañas toda la vida. Que más bien detectara por mi cuenta si algo me las causaba y eliminara eso de mi vida.

Le hice caso a la doctora y me resigné a tener que llamar a Emermédica cada vez que el dolor fuera insoportable e incluso los médicos de Emermédica me dijeron en varias oportunidades que no era normal, que me hiciera revisar, pero yo ya estaba cansada de lidiar con las EPS y de estar contando que me la pasaba con dolor de cabeza. Incluso llegué a pensar que yo era muy débil y que a la mayoría de gente cuando le dolía la cabeza como a mí, simplemente se aguantaban o se les pasaba con un Dolex. Pasó el tiempo, los dolores siguieron, me casé, adopté otra gata y finalmente regresé a vivir a Cali buscando alejarme de la intranquilidad de Bogotá. Eso que dicen que a uno la provincia lo puede hacer sentir mejor y todo eso, pero no, los dolores siguieron aún cuando no había nada que me estresara y mi trabajo aquí fuera ideal. Vinieron pues en septiembre unas dos semanas horribles con muchos dolores de cabeza, dificultad para dormir y muchas visitas de Emermédica y a urgencias. En una de esas visitas me mandaron a la clínica Sebastián de Belalcazar porque el dolor no bajaba y la presión arterial tampoco. Estaban por aplicarme morfina cuando la presión bajó y el dolor llegó a niveles manejables. Me hicieron un TAC, pero nunca me vio un neurólogo. Le dije a mi mamá bromeando que yo no me podía morir porque ya se acercaba el cumpleaños de mi papá y sí, llegó el cumpleaños de mi papá, lo celebramos y yo seguía viva, pero dos días después estaba casi muerta. Yo no recuerdo nada, lo que sé es porque me lo cuentan, pero de repente me desperté en una Unidad de Cuidados Intensivos, pero no me desperté del todo. Yo me despertaba y me volvía a dormir casi de inmediato y lo que fui conociendo de mi condición es por lo que escuchaba entre dormida a enfermeros y médicos. Escuchaba que había tenido un sangrado subaracnoideo en el cerebro, escuchaba que había sido un aneurisma, escuchaba a un vecino de la UCI tomarse fotos en su Blackberry y coquetearles a las enfermeras, escuchaba visitantes ruidosos y escuchaba a mi familia cuando iba. Luego supe que había convulsionado, que mi esposo había llamado a Emermédica y a mi papá y que me habían llevado a un clínica domde descubrieron que había un aneurisma roto que había causado una hemorragia en mi cerebro y eso la convulsión. Supe que la hemorragia era Fischer IV y que eso quería decir que era muy grave. Supe que les dijeron a mis papás y a mi esposo que tenía un pie en la tumba y que si no me morí sangrando, me podía morir en la cirugía. Sellaron el aneurisma con un procedimiento menos invasivo que romperme el cráneo y todo salió bien por fortuna. Luego de eso llegaron los días en la UCI y luego los días hospitalizada y luego los eternos días de incapacidad que nada que terminan.

Como yo al principio no sabía la gravedad de lo que me había pasado, pensaba que salía de la clínica de una a trabajar o viajar, pues tenía un viaje de cumpleaños programado para noviembre. Lentamente me fui dando cuenta de que así no sería. Cuando abrí los ojos supe que no veía y luego cuando veía un poco supe que tenía estrabismo. Yo decía “me siento bizca” y sí, estaba muy bizca, pero a nadie le importaba porque estaban muy felices de que estuviera viva. Luego me dieron la primera incapacidad que iba hasta el 15 de octubre y yo seguía pensando que mi viaje a la playa sí se podría realizar. Yo ya me veía después del 15 de octubre saltando, corriendo y en vestido de baño, pero así tampoco fue. No solo veo mal, sin brillo y con poco contraste, sino que camino mal también. Tengo las extremidades del lado derecho dormidas y me hormiguean constantemente. Esta semana en la fisioterapia supe que ese hormigueo no se me iba a quitar, la fisioterapeuta dice que al menos no con fisioterapia, que le pregunte al neurólogo, pero a pesar de lo terrible que suena, no me puedo quejar (o al menos no me debo quejar) porque si se considera lo que me pasó, voy muy bien. Voy recuperándome mejor que la mayoría de gente que sufre las consecuencias de un aneurisma y más aún con las características del mío. Me han visto y me siguen viendo varios neurólogos y todos coinciden en que mi recuperación ha sido asombrosa. Coinciden en que estoy muy bien, pero ellos no son yo. Ellos no se despiertan cada mañana esperando ver mejor que el día anterior y soñando con colores brillantes para ver el mundo muy oscuro. Esto del aneurisma me va a enseñar la paciencia que nunca he tenido y aunque me trato de mantener optimista, hay días deprimentes. También me va a enseñar a ser agradecida con la suerte o la providencia o algo, porque pude quedar ciega o verdaderamente tullida, pero mi tragedia es mínima y mis secuelas serán imperceptibles, creo.

Han pasado dos meses y algunos días desde la primera convulsión que desencadenó que descubrieran al aneurisma. Dos meses de la hemorragia cerebral y dos meses de algo que fue una pesadilla para familia y amigos. Me duele el alma al pensar en todo lo que ellos sufrieron mientras yo estaba perdida en la somnolencia de mi cerebro hinchado y ahora cuando la gente me cuenta la angustia me siento terrible al no haber podido darles aliento mientras casi moría. Hoy me duelen las lágrimas que derramaron mis papás, mi hermana, mi esposo y mis amigos hace dos meses y les agradezco haber estado allí para mí de manera incondicional y es gracias a todos ellos que me es más fácil mantener el optimismo en los buenos días o recuperarlo en los momentos más desesperanzadores.

Ahora pienso en mi esposo porque lo estoy mirando con mis ojitos bizcos mientras escribo esto y pienso en todo lo que ha sufrido porque le tocó y aún le toca lidiar conmigo: llevarme a terapias, ayudarme a subir y bajar escaleras, no desampararme. Yo quiero ayudarle y ser mas autosuficiente, pero de veras que a veces no puedo y eso me da más ira. ¿Saben lo frustrante es intentar pararse y no poder? sentir que el cuerpo lo devuelve a uno. Yo siempre he sido torpe, pero sentir esa torpeza maximizada es muy frustrante y duele también.

Pero ahora pienso que han sido dos meses duros que en realidad nos han enseñado cosas, que nos han unido como matrimonio y en los que me di cuenta de que mi esposo es ideal en muchos sentidos, aunque hubiera preferido saberlo sin el derrame. Dos meses después de la hemorragia que pudo matarme y estoy acá contando el cuento que Nicolás ya contó, usando mi cerebro, mis manos y mis piernas. Dos meses en los que he pasado por muchas etapas de ánimo y sentimientos y ahora me preparo para regresar al trabajo, ver El Hobbit, terminar Lyonesse y seguir disfrutando de todo lo que me habría perdido si el aneurisma se hubiera salido con la suya.

Finalizo este post agradeciendo nuevamente a mi familia y amigos y a los amigos de los amigos y amigos de la familia. Gracias por sus oraciones, buena vibra, buenos deseos que siempre implicaron un cariño hacia mí o hacia mis papás. No saldré de esta experiencia creyente y renovada en mi fe, pero sí con mucho amor por las personas que me ofrecieron sus buenos deseos.

En algún lugar de mi cerebro falloso se alojaba el maldito Fuckencio esperando estallar cuando me arruinara un viaje a la playa. O para matarme. No sé.

En algún lugar de mi cerebro falloso se alojaba el maldito Fuckencio esperando estallar cuando me arruinara un viaje a la playa. O para matarme. No sé.