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Fritanga para el alma

18 Jul

El sábado pasado, mientras regresaba del Gran Premio Nacional de Tractomulas en flota desde Tocancipá, venía observando los separadores y las cruces que indicaban los lugares donde se había accidentado gente y había muerto. Entonces reflexioné de manera muy metafísica sobre la espiritualidad, porque como todos sabemos, no hay nada más espiritual que un evento de muleros donde todos gritamos y comemos fritanga. La fritanga es muy espiritual y buena para el alma.

Yo recordaba esos viajes larguísimos por las carreteras del Valle del Cauca en mi infancia. Horas y horas en carretera, por la mañana, por la tarde y por la noche. Recordé que por las noches miraba con especial atención y las cruces de los accidentes me causaban un morboso placer. Yo pensaba que si existía el alma, las almas de los que allí habían muerto estarían penando al rededor de su cruz. Me imaginaba los espectros recreando una y otra vez su muerte y entonces ponía mucho cuidado para verlos. Lo mismo me pasaba cuando era un cementerio lo que estaba al lado de la carretera. Una vez pasamos por un pueblo donde me dijeron que había un santuario del Divino Ecce Homo y a mí esas palabras me dieron miedo, no sé por qué. Era de noche y yo veía un cementerio. Yo pensaba que el Ecce Homo podría estar dando vueltas por ahí y entonces miré con mucha atención, pero el Ecce Homo no apareció y yo seguí sin saber qué era Ecce Homo.

Ni el Ecce Homo ni las almas en pena se me habían aparecido, pero yo seguía teniendo fe y queriendo ver espantos. Yo los tentaba y caminaba por los pasillos de la casa en las noches. En la finca llamaba al duende, porque me dijeron que en las fincas siempre hay duendes que trenzan el pelo de los caballos y de las niñas bonitas. Nosotros no teníamos caballos y yo no era una niña bonita, entonces debía ser por eso que el duende nunca quiso mostrarse, pero también llamé a la patasola y ella nunca llegó. De la patasola me dijeron una vez que se les aparecía a los niños que se chupaban el dedo y ni por eso. Y eso que soy adulta y me sigo chupando el dedo. La Llorona fue otra que llamé en vano.

Yo le hablé a dios y él tampoco me respondió. Nada. Ningún espectro me habló. Le ofrecí mi alma al diablo y nunca vino a recogerla ni me dio riquezas a cambio y eso que seguramente, como era niña, le estaba pidiendo algo muy estúpido ¡pude ser una ganga para el diablo: mi alma a cambio de una Barbie!. Pero a mí ni el mal ni el bien se me aparecieron. Nada más allá del cuerpo físico, así que yo me preguntaba si esos cuentos de dios, del diablo y las almas eran verdad. Desde  niña intuía que todo era mentira, pero por su puesto que estas razones infantiles son muy tontas para no creer en dios y no son la fuente real de mi ateísmo (de eso no voy a hablar hoy porque a nadie quiero convencer). Eran simples indicios de lo que existe y lo que no y de lo que yo necesitaba para creer en algo.

Yo luego crecí y lo que pasó fue que cada día se hizo más fuerte para mí necesitar evidencia. Me quedé sin poder hacer saltos de fe y me quedé sola porque no tengo a quién pedirle nada y no tengo a quién culpar de las desgracias. No tengo una razón para decir “ah, no se me dio. Por algo será”. No tengo un plan maestro ni nada. Eso a veces es triste, pero muchas otras veces es liberador, porque si no tengo a quién culpar, no tengo a quién rendir cuentas. Me tengo a mí y me toca asumir mis errores, castigarme sola, aprender sola y volverlo a intentar. Nadie me dijo cuál era mi propósito en la vida, pero eso quiere decir que mi propósito lo pongo yo y lo cambio si se me da la gana. Por ahora es muy claro que mi propósito es conseguir unos monos mayordomos y ganarme el baloto sin ganármelo, pero mañana puede cambiar y es probable que decida inventar una máquina que haga textos publicitarios por mí. Fracasaré con mi máquina, porque además es un propósito muy idiota, pero no habrá a nadie más que a mí para culpar de la idiotez y yo les digo, eso es lo liberador.

Si logro adiestrar el mono mayordomo lo más probable es que termine como Mojo